viernes, 7 de diciembre de 2012

Señora con 79 años y lumbalgia


  • Desde hace años me duele el lumbago una enormidad. Vengo para que me pida una resonancia a ver que tengo.
  • La radiografía que me trae es completamente normal para su edad.
  • Eso dice mi médico, pero a mí me duele. Algo tengo que tener.
  • ¿Que hace usted en un día normal?
  • Pues lo normal, la casa, los nietos.
  • ¿Lleva usted sola la casa y los nietos?
  • Sí, claro. Pero a los nietos sólo entre las 8 de la mañana y las seis de la tarde. 
  • ¿Y su casa está limpia?.
  • Como una patena. Y mi patio es la envidia de todo el barrio. Mis macetas son preciosas. 
  • ¿Tiene muchas?
  • Como doscientas, y a cual más bonita.

Tras explorarla y comprobar una movilidad envidiable, una pésima musculatura, un abdomen digno de una embarazada de 10 meses, lorzas generalizadas y una contractura eterna por toda su columna lumbar, me pregunta:

  • ¿Qué tengo doctor?
  • Tiene usted una columna tan, tan sana, que es capaz de soportar todas las barbaridades a las que usted le obliga, quejándose muy poco.
  • ¿Y que me tengo que tomar?.
  • Le receto una casa guarra, unos nietos que sean para sus padres, regalar la mayoría de sus macetas y la dieta etíope.
  • ¿Pero como es eso?
  • Pues que contra más limpia esté su casa, a más niños cuide, a más macetas riegue y pode y cuanto más coma, más dolores va a tener usted. 
  • ¡¡¡Pero si yo no como nada¡¡¡. Vamos, lo que como cabe en esta mano. 
  • Hágame caso, la dieta etíope consigue que todos ellos estén delgados ¡¡¡Y ni uno va al endocrino¡¡¡.
  • ¿Y que hago con los nietos, si mi hija y su marido trabajan los dos?.
  • ¿Le pidieron permiso a usted para casarse, trabajar los dos y para tener hijos?.
  • Pues claro que no.
  • Pues lo que ellos decidieron libremente es su responsabilidad. No se puede ser libre para tomar decisiones e irresponsable para colocarle las consecuencias a la madre de 79 años.
  • ¿Entonces no me va a mandar pastillas ni pedirme una resonancia?
  • ¿Le han servido algunas de las pastillas que le ha recetado su médico de cabecera?.
  • Pues no
  • ¿Cree que mi Ibuprofeno es más eficaz que el Ibuprofeno de su médico de cabecera?. ¿La resonancia le va a cuidar a los nietos, podar las macetas, limpiar su casa y le va a quitar la grasa que le sobra?.
  • Pues no.
  • Entonces usted debe decidir entre cambiar su ritmo de vida o seguir padeciendo dolores lumbares.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Gestión de la Sanidad: ¿pública o privada?


Gestión de la Sanidad: ¿pública o privada?

Según todas las encuestas disponibles, la sanidad es considerada por la inmensa mayoría de españoles como lo mejor que tenemos en nuestro sistema. Más de 90% de españoles, según la última encuesta de El País, están satisfechos o muy satisfechos con la sanidad pública.

No me cabe ninguna duda de que es un logro por el que merece la pena luchar: sanidad universal y gratuita. Pero no necesariamente pública.

En España coexisten dos modelos de sanidad gratuita: la gestionada desde lo público, es decir por políticos, y la de gestión privada, es decir por empresas.

La pública la conocemos todos y no voy a ahondar en ella.

La de gestión privada sólo la conocen los funcionarios no sanitarios, pues sólo ellos pueden escoger libremente entre una compañía privada o la seguridad social. Un funcionario, a principios de cada año, puede escoger entre Adeslas, DKV, Asisa, etc o la seguridad social, para que se hagan cargo del 100% de su gasto sanitario. El Estado paga a la compañía elegida una cantidad fija por asegurado y, con este dinero, la compañía tiene que cubrir todo el gasto que haga el contribuyente. El Estado, por su parte, regula y decide los servicios mínimos que debe cubrir esa compañía, que son exactamente los mismos que debe cubrir la seguridad social. 

Más del 90% de los funcionarios escogen compañías privadas.

Lo que funciona, y muy bien por cierto, para los funcionarios, ¿porqué no ampliarlo a todos los españoles?. Que cada español decida por sí mismo el sistema que quiere. No quiero que decidan por mí los que defienden a capa y espada la sanidad pública ni tampoco quiero, como está haciendo el PP, que me obliguen a ir a un hospital privado, porque me toca según mi zona.

Quiero poder escoger. Que en cada mes de enero pueda decidir entre Asisa, Adeslas o la seguridad social. No quiero que las ideas políticas de los demás me cierren las puertas a algo cuando es posible escoger. Quiero escoger mi compañía sanitaria gratuita, quiero escoger el colegio gratuito de mis hijos y no que ningún dictador me lo imponga.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Niños hiperactivos


No domino en absoluto este tema, por lo que no voy a hablar de los verdaderos niños hiperactivos, que necesitan de una atención y cuidados especiales.

Sin embargo, sí quiero hablar de los cientos de miles de niños a los que se les pone la etiqueta de hiperactivos cuando en realidad no lo son. Son simplemente niños.

Cuando recuerdo como me criaron a mí y veo como se educa ahora, saltan una enorme cantidad de diferencias. No pienso que lo anterior fuera mejor ni peor, sino simplemente diferente a lo que hay en la actualidad, sencillamente porque el mundo ha cambiado y los valores también. 

Tener hijos no era una elección, sino la consecuencia natural de practicar sexo. No se deseaba ser padre, simplemente tocaba. No venían la cantidad de hijos que uno deseaba sino los que “Dios quería”, que solían ser muchos. Claro, Dios después no tenía que hacerse cargo de ellos.

La consecuencia de ello era que para tener un mínimo de orden en la casa, la disciplina debía ser férrea y se tendiera más al castigo físico que a la educación. Un tortazo, o la simple posibilidad de que te lo dieran, arreglaba problemas en un segundo mientras que  un diálogo hubiese consumido un tiempo precioso para otros menesteres ineludibles (y había muchos que hacer y poca ayuda tecnológica).

Además, con jornadas de trabajo de 12 horas para el padre y eternas para la madre, la atención que se podía prestar a 8 o 10 mocosos era más bien escasa. Esto se suplía con la calle. Desde muy pequeñitos salíamos muchas horas a la calle, solos, para encontrarnos con nuestros iguales y hacer una vida de niños. Las matemáticas, leyes ortográficas y el catecismo no conseguían apagar la llama de la imaginación infantil, que se encendía cada tarde con los amigos del barrio. Nadie esperaba nada de nosotros. Se suponía que nos educábamos nosotros solitos y aprendíamos a relacionarnos de la manera más natural que existe: relacionándose con iguales mediante el juego. Siempre había un adulto que pasaba por la calle que nos recriminaba si hacíamos el gamberro, que por cierto, sucedía con demasiada frecuencia.

Ahora la paternidad es una elección y, como tal, una ilusión. Dios querrá muchos hijos, pero las parejas no. Esto ha hecho que se mitifique la paternidad/maternidad hasta unos extremos a veces irrisorios. Los niños han pasado de ser algo “natural” a ser objetos de deseo, cuando no de culto. Hemos descubierto algo insólito: los niños no son de plastilina, sino que son frágiles y hay que protegerlos. Además, al aumentar el grado de responsabilidad paterna, sentimos que se lo debemos todo y que tenemos que hacer lo mejor para ellos. Hay que hacerlos perfectos. Tienen que ser cultos, tocar el violín, practicar deportes, bailar de maravilla, leer mucho, apuntarlos a todo tipo de actividades. En resumen, tenemos unas expectativas altísimas depositadas en ellos y, de ahí a la exigencia y al atosigamiento, sólo hay un paso. Los padres quieren que el hijo tenga todo lo mejor, pero lo que percibe el hijo es que está averiado y hay que arreglarlo, con toda la carga de stress y ansiedad que ello conlleva. 

Los niños ya no viven, como antes, en su mundo de niños gamberreando solos en la calle. Están siempre en un mundo de adultos, con expectativas de adultos y estímulos de adultos (por mucho que sean actividades pensadas para niños). Y cuando se encorseta a alguien en un mundo en que no puede desarrollarse de manera natural, surgen las angustias, ansiedades y lloros incontrolados. 

Sería muy positivo que se volvieran a recuperar las carreras en la calle, las escaladas a los árboles, las relaciones entre niños solos, sin adultos de por medio. Cuatro piedras que sirvan de postes y un balón de fútbol liberan las tensiones en los niños. Si esto no se hace, las patadas se darán a los muebles de la casa o a los pupitres del colegio y se llegará finalmente a la etiqueta de niño hiperactivo.

Los adultos estamos construyendo un mundo para niños, pero esto no es lo que les hace falta. Son ellos los que se tienen que construir su propio mundo en la calle y con sus iguales.