Resulta realmente complejo intentar definir, desde el punto de vista psicológico, estos tres conceptos que, demasiadas veces, mezclamos.
El temperamento es el conjunto de las inclinaciones íntimas que brotan de la constitución fisiológica de los individuos.
El carácter es el conjunto de las disposiciones psicológicas que nacen del temperamento, modificado por la educación y el trabajo de la voluntad y consolidado por el hábito.
El temperamento corresponde al modo de ser de la persona, que viene condicionada por los genes y, éticamente, no es bueno ni malo en sí mismo, mientras que llamo carácter al conjunto de acciones, emociones y pensamientos que una persona pone al servicio de una causa externa a la persona misma, y puede ser éticamente bueno o malo según la motivación consciente o inconsciente la impulse a pensar, emocionarse o actuar de la manera en que lo hace.
Según estas definiciones, el temperamento permanece prácticamente inalterado a lo largo de la vida de una persona y no es modificable (al menos de manera significativa), mientras que el carácter, aunque muy influenciado por el temperamento, está sujeto a las interacciones sociales y educación, por lo que sí se puede, y habitualmente sucede, cambiar a lo largo de la vida.
Para comprenderlo mejor, podemos poner el ejemplo de la generosidad.
No sé exactamente cuál es la circunstancia real que hace de límite entre el egoísmo y la generosidad, pero considero a una persona digna de ser llamada generosa cuando participa de él un deseo quemante de ocuparse no sólo de sí mismo y de su círculo íntimo de seres más queridos, sino también de otros seres más alejados y tal vez desconocidos. A esto lo llamaríamos temperamento generoso.
En el extremo de la generosidad, están quienes ayudan a sus vecinos, a sus conciudadanos, a los habitantes de otros países, a los de otras razas, a los que son más pobres o más ricos que ellos, a los que creen en Dios y a los que no creen, a los lindos y a los feos, a los estúpidos y a los inteligentes, a los ladrones, a los violadores, a los asesinos, a los perros abandonados, a los gatos, a los caballos, bueyes y demás bestias que prefieren comer menos y ser libres a tener alimento y esclavitud aseguradas; a las vacas, gallinas y demás animales que tienen tantas ganas de vivir como quienes los mastican; a las ratas, a los mosquitos, a los árboles, a las flores, a la tierra, a los cascotes y a las perchas de sus roperos. Ayudan a todos y a todo y los anteponen a su propio bienestar puntual; y sin embargo son ellos, y solamente ellos, los seres más felices del planeta. ¡Egoísta paradoja la de la generosidad humana!. El que tiene temperamento generoso lo hace porque le sale así, no busca recompensa. Simplemente es así y lo ha sido siempre, desde bien pequeñito.
Pero no siempre una conducta generosa se corresponde con un temperamento generoso. Se puede ser generoso por imposición social o religiosa, por la educación recibida, o por los estímulos positivos que hemos recibido cada vez que hemos sido generosos, que no está mal si tenemos en cuenta que no deja de ser una ayuda. Pero ayudar así sería muy poco placentero, y hasta molesto y doloroso, para quien ofrece su colaboración, y aun el socorrido no se sentirá plenamente gratificado. Esto se parecería más a un carácter que se ha tenido que pelear y trabajar para conseguirlo en contra del temperamento egoísta primitivo.
Personalidad
La personalidad se puede definir como las pautas de pensamiento, percepción y comportamiento relativamente fijas y estables, profundamente enraizadas en cada sujeto. La personalidad es el término con el que se suele designar lo que de único, de singular, tiene un individuo, las características que lo distinguen de los demás. El pensamiento, la emoción y el comportamiento por sí solos no constituyen la personalidad de un individuo; ésta se oculta precisamente tras esos elementos. La personalidad también implica previsibilidad sobre cómo actuará y cómo reaccionará una persona bajo diversas circunstancias.
Las distintas teorías psicológicas recalcan determinados aspectos concretos de la personalidad y discrepan unas de otras sobre cómo se organiza, se desarrolla y se manifiesta en el comportamiento. Una de las teorías más influyentes es el psicoanálisis, creado por Sigmund Freud, quien sostenía que los procesos del inconsciente dirigen gran parte del comportamiento de las personas. Otra corriente importante es la conductista, representada por psicólogos como el estadounidense B. F. Skinner, quien hace hincapié en el aprendizaje por condicionamiento, que considera el comportamiento humano principalmente determinado por sus consecuencias. Si un comportamiento determinado provoca algo positivo (se refuerza), se repetirá en el futuro; por el contrario, si sus consecuencias son negativas —hay castigo— la probabilidad de repetirse será menor.
Formación y desarrollo de la personalidad
Herencia y ambiente interactúan para formar la personalidad de cada sujeto. Desde los primeros años, los niños difieren ampliamente unos de otros, tanto por su herencia genética como por variables ambientales dependientes de las condiciones de su vida intrauterina y de su nacimiento. Algunos niños, por ejemplo, son más atentos o más activos que otros, y estas diferencias pueden influir posteriormente en el comportamiento que sus padres adopten con ellos, lo que demuestra cómo las variables congénitas pueden influir en las ambientales.
Entre las características de la personalidad que parecen determinadas por la herencia genética, al menos parcialmente, están la inteligencia y el temperamento.
Entre las influencias ambientales, el carácter es uno de los componentes importantes en la formación de la personalidad. En la influencia ambiental es importante no sólo el tipo de influencia en sí, sino también cuándo ocurre, ya que existen periodos críticos en el desarrollo de la personalidad en los que el individuo es más sensible a un tipo determinado de influencia.
Las experiencias de un niño en su entorno familiar son cruciales, especialmente la forma en que sean satisfechas sus necesidades básicas (la ternura y el amor son cruciales) o el modelo de educación que se siga, aspectos que pueden dejar una huella duradera en la personalidad.
Las tradiciones culturales también son influyentes en el desarrollo de la personalidad. La antropóloga Margaret Mead convivió con dos tribus de Guinea y mostró esta relación cultural al comparar el comportamiento pacífico, cooperativo y amistoso de una, con el hostil y competitivo de la otra, pese a tener ambas las mismas características étnicas y vivir en el mismo lugar.
Algunos psicólogos sostienen que los rasgos de la personalidad de un individuo se mantienen estables a lo largo del tiempo. Otros piensan que varía según las distintas situaciones a las que se enfrenta. Probablemente este último enfoque sea más correcto pues si bien la personalidad está influenciada por el temperamento (genético), también lo está por la interacción con el entorno, la cultura en que se desarrolla y el carácter del individuo, todo ello cambiante.
Podemos hablar de desarrollo pleno de la personalidad cuando alguien es capaz de nutrirse por sí mismo, sin dejarse influenciar por condicionamientos exteriores a su ser. El hombre de gran personalidad hace, piensa y siente lo que tiene ganas de hacer, pensar y sentir, no lo que le impone su entorno.
Pero no confundamos nunca a quien tiene una gran personalidad con quien pretende imponer la suya a los otros. En apariencia, el "lavador de cerebros" sugiere gran personalidad, pero en realidad las cosas son exactamente al revés. Estos personajes son poseedores de un poder de persuasión magnífico siempre y cuando lo utilicen con personas poco racionales. Pero saber persuadir a los tontos no significa tener personalidad. Más bien es al revés, ya que el hombre de gran personalidad pocas veces llega a ser comprendido por los idiotas. El lavador de cerebros no suele tener ideas propias sino que se traga las ideas de otros y luego las repite fanáticamente. Pero como las traga sin meditarlas cuidadosamente, se le aferran como quistes dogmáticos en el cerebro y ya ningún otro conocimiento, por más que claramente aparezca como superior, puede hacerlo avanzar intelectualmente. El ejemplo clásico es el del fanático religioso. Sus actitudes, pensamientos y sentimientos son iguales a los que aconseja la Biblia, el Corán o cualquier otra fuente de dogmatismo ciego. Si su libro-personalidad perdiera el valor que hoy tiene para mucha gente, su propia personalidad desaparecería. El individuo con gran personalidad se siente halagado si lo imitan, pero sus acciones, pensamientos y sentimientos no se centran en buscar discípulos o imponer su visión a los demás, sino en vivir lo mejor posible. Si los discípulos le llegan, será sólo por añadidura.
También hay que distinguir entre quien no se deja influenciar por el entorno y el cabezón. No dejarse influenciar no significa no aceptar nada que provenga del exterior. En tal caso estaríamos negándonos a sacarles provecho a nuestros sentidos. Quien no se deja influenciar es aquel que recibe la información que le suministran sus receptores sensoriales y al instante la compara detenidamente con sus archivos personales. Si después de esta operación concluye que la información recibida es de mejor calidad que la que él atesoraba, sin vacilar se desprende de la vieja y se queda con la recién ingresada. Sólo el cabeza dura no acepta la validez de ninguna clase de sugestión, y esto es así un poco por capricho y otro poco porque sabe que su atrofiado discernimiento no está en condiciones de ponerse a prueba todos los días. El cabeza dura no evoluciona; la personalidad bien desarrollada, sí.
En próximos post intentaré explicar más a fondo todo este mundo del carácter, personalidad y temperamento, haciendo especial énfasis en los distintos tipos de cada uno de ellos.
Buena parte de esta entrada está inspirada, y en ocasiones copiada, de diversas páginas de Internet. Quizás la más interesante sea:
http://www.monografias.com/trabajos82/temperamento-y-caracter/temperamento-y-caracter2.shtml
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