Se sabe que la triada comer bien (que no mucho), hacer
ejercicio y evitar los tóxicos conforman el estilo de vida saludable que nos
protege de enfermedades.
Pero lo que no se sabe tanto, y la experiencia de cualquier
médico observador así lo atestigua, es que si bien es cierto que no llevar una
vida saludable lleva a enfermedades, es mucho más frecuente que la enfermedad
sea la responsable de llevar un estilo de vida insano.
Parece un contrasentido, pero no lo es. Cuando a una persona
se le diagnostica una enfermedad puramente orgánica (ojo, que lo de puramente
es falso, pero me sirve para explicarlo mejor), como un infarto, una diabetes,
colesterol alto o hipertensión, suele esforzarse mucho en comenzar a tener
hábitos de vida más sanos. El hipertenso se priva de sal, el que tiene
colesterol se da cuenta de pronto que existen las verduras y frutas, el
diabético suprime azúcares refinados o el que ha sufrido un infarto deja de
fumar y comienza a hacer ejercicio para fortalecer el corazón. En estos casos,
la enfermedad propicia realizar una vida más sana.
Pero la mayoría de problemas de salud que nos aquejan no son
puramente orgánicos, es más, en la mayoría la organicidad sólo es la
manifestación de heridas emocionales.
Una persona que siempre está estresada, tensa, preocupada
por todo, que tiene la sensación de que tiene que luchar duramente para
conseguir algo, que tiene que apelar continuamente a su fuerza de voluntad para
hacer lo que debe, en vez de tener la motivación, y por consiguiente el
entusiasmo, para hacer lo que quiere, que no sabe delegar y todo lo tiene que
hacer en primera persona para que salga bien, que se siente obligada por su
“conciencia” a sufrir por todo y por todos, una persona que demasiadas veces se
siente culpable, en vez de responsable, que continuamente se castiga con
pensamientos de si será lo suficientemente buena. En resumen, una persona (y
son mayoría) que no ha conseguido un equilibrio interior, una paz consigo misma
y con su entorno. Una persona que más que amar lo que hace, sufre por lo que
hace y por lo que no hace y le gustaría hacer.
El mundo es como es y no como nos gustaría que fuera y, en
el mismo instante que aceptes este mundo, estarás mucho mejor preparado para
cambiarlo, no con fuerza de voluntad sino con motivación.
Este tipo de personas (no todas las características
mencionada se tienen que dar) pueden hacer las cosas por amor, pero no con
amor, y esto supone tal esfuerzo mental y emocional que se “agotan”, se
embotan, no encuentran salidas. Este brutal desgaste emocional se traduce en
comer mal y a deshoras, en no hacer ejercicio, a veces lleva a entregarte a
tóxicos, como el alcohol, tabaco, helados, pasteles, que te dan una pequeña
alegría pasajera en un calvario continuado. Y lo que es peor, a relacionarte
poco y mal con tu entorno: pareja, hijos, amigos, etc.
A veces, también a base de fuerza de voluntad, se ponen a régimen
o se apuntan al gimnasio, pero es un esfuerzo añadido, un nuevo deber que más
tarde o temprano se abandona. Incluso hay algunos que se pasan al otro extremo
y se obsesionan con llevar una vida hipersana, pero éstos, más tarde o temprano,
también terminan estallando, como sucede cuando no hay equilibrio.
No es fácil encontrar el camino de la paz personal, y sin
lugar a dudas se debe comenzar por comprenderse mejor, por ser honesto con la
propia biografía y saber los porqués de muchas reacciones que tenemos. Aprender
a desaprender lo aprendido.